El aparato productivo colombiano necesita una profunda transformación para insertarse con éxito a la economía mundial. Un trabajo de la Corporación Andina de Fomento (CAF)[1] propone un proceso de transformación productiva en dos etapas:
La primera, donde se logra diversificar la producción nacional, se apoya en políticas explícitas de impulso al aumento de la productividad, incorporando a su oferta bienes que no necesariamente son nuevos para el mundo, pero que se producen o exportan por primera vez en el país.
Y una segunda etapa, donde los países alcanzan una especialización selectiva en producir bienes de alta y mediana tecnología, para lo cual deben recurrir a la generación de conocimiento y su traducción en innovación en el sistema productivo.
Sobre la base de un amplio panel de países, se observa una relación positiva entre diversificación de la oferta productiva y crecimiento del PIB per cápita, hasta un cierto límite: veinte mil dólares. A partir de ahí se requiere una especialización selectiva, basada en sectores claves con contenido innovador.
En el caso colombiano, el cambio en el patrón de especialización ha sido extremadamente lento: alrededor del 50 por ciento de los ítems industriales son los mismos de hace un siglo. De otra parte, en cuanto a la intensidad tecnológica de nuestra canasta exportadora, el mayor peso todavía lo tienen las commodities (materias primas o productos primarios con muy poco valor agregado).
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